lunes, 17 de marzo de 2014

Piel y rabia (segunda parte)

Esta semana publico el segundo fragmento de mi ensayo literario Piel y rabia, dedicado por completo al poema "Preciosa y el aire". Pueden leer la primera parte aquí.

Además, aprovecho para invitarlos a leer en este enlace la reseña "Ocho flores inmundas lamidas por el diablo" que el escritor Miguel Lupián, director de la revista Penumbria. Revista fantástica para leer en el ocaso, escribió sobre mi plaquette de cuentos Flores inmundas.

Los invito también a que conozcan el proyecto de la revista, que se dedica a recopilar toda la narrativa de género (terror, ciencia ficción, fantasía) que se produce actualmente en México y América Latina. Es una muy buena propuesta que debemos apoyar para fomentar la escritura y publicación de esta literatura, tan relegada en nuestra tradición literaria. Por eso, acérquense, lean y manden sus cuentos para publicar. Pueden leer la convocatoria completa aquí.


Piel y rabia: El cuerpo erotizado en el Romancero gitano de Federico García Lorca


“Preciosa y el aire” es un romance que evoca un bosque griego, cargado de racimos de uvas y olivos, en el que ni las mujeres ni las ninfas están a salvo de la lujuria de las criaturas de la naturaleza. Preciosa es una gitana que camina de noche por un anfibio sendero / de cristales y laureles mientras canta y baila con su pandereta, trozo de luna. La joven es tan hermosa que incluso despierta el deseo del viento, quien intentará seducirla con hermosas palabras: Niña, deja que levante / tu vestido para verte. / Abre en mis dedos antiguos / la rosa azul de tu vientre. Pero el viento es rechazado, tras lo cual se lanzará en persecución de la gitana como una bestia desbocada, con una erección carnosa, agresiva y roja.

La relación del aire con el erotismo y la fecundidad es un tópico que ha permanecido en distintas culturas desde hace ya varios siglos. Haciendo un breve recuento de la tradición tanto mitológica como literaria, podría decir que el origen de este mito se remonta hasta las culturas antiguas, como la hebrea, la egipcia y la hindú, que le concedían al viento la función de dador de vida: con su soplo, creaba el mundo. En su aliento, llevaba la semilla creadora, por lo que las mujeres y las yeguas debían guardarse de su lascivia, de la ira que provocaba su deseo, pues de lo contrario se montaría en sus grupas y quedarían preñadas. Bóreas, el viento del mito pelasgo de la creación, también llamado el Devorador, fue seducido por Eurínome, la Diosa de Todas las Cosas, que lo convirtió en serpiente y copuló con él, así como la Salambó de Flaubert se entregó a una gigantesca pitón negra y Zeus hizo suya a Sémele en forma de sierpe, como narra Roberto Calasso en Las bodas de Cadmo y Harmonía:

La serpiente se deslizó por el cuerpo tembloroso de Sémele y lamió su cuello con dulzura. Luego, estrechándole el tórax en uno de sus anillos y rodeándole los senos con un cinturón escamoso, la llenó de un líquido almibarado, no ya de veneno. La serpiente apretaba la boca contra la boca de Sémele y una baba de néctar penetraba por sus labios y la intoxicaba, mientras sobre el lecho se encaramaban hojas de vid y en la oscuridad se oía un ritmo de tamboriles.

Del Huevo Universal que puso Eurínome tras su cópula con el Devorador, nacieron Todas Las Cosas.


Lilith de John Collier



Aunque en las civilizaciones clásicas ya no se atribuía al viento la causa de los embarazos, seguía considerándose un símbolo erótico, representado en Céfiro, mensajero de la primavera, de soplo dulce y embriagador, que esparcía la lluvia y las flores, pero enardecía la sangre. Más adelante, en los Siglos de Oro español, Góngora, Lope de Vega, Quevedo, Tirso de Molina y otros poetas barrocos convierten el viento erótico en tópico: Góngora lo llama “céfiro lascivo” y Quevedo, “rufián adúltero”. Finalmente, en el siglo XX, Lorca personifica al “viento-hombrón” y le brinda atributos que ninguna otra cultura le había dado antes: le concede voz, lo dota de órganos sexuales y lo relaciona con otra figura mitológica clásica: el sátiro.

Sátiro de estrellas bajas / con sus lenguas relucientes. Hombre de cuernos y pezuñas de macho cabrío, el sátiro por antonomasia es Pan, dios griego de los bosques, los pastores y los rebaños. Fuerza destructiva y terrible de la naturaleza, le da cuerpo al terror y una palabra al miedo: pánico. En la Antigüedad clásica se creía que su grito en los bosques o páramos solitarios podía llevar a quien lo escuchase al paroxismo del terror; introducía en el corazón humano la piedra pesada y gris de la locura. Era también Pan la fuerza sexual desenfrenada, un dios lascivo, famoso por perseguir ninfas para violarlas, o por espiar y someter a jóvenes muchachos que se bañaban en los ríos, o por aparearse con cabras cuando no conseguía otro amante, o por realizar amorosas prácticas masturbatorias sobre una roca cuando su persecución se veía frustrada.


Pan copulando con una cabra


Lorca asemeja las correrías de este dios con la caza que da el viento a Preciosa. En estos versos, además, encuentro la primera imagen poética del falo del viento en el poema: las lenguas relucientes, asociadas con lo caliente, pueden referirse a la lengua del viento, que persigue a la gitana con la lengua de fuera, como una bestia, pero también a su segunda lengua: un falo brillante que lame como lamen las lenguas de fuego.

En El viento-hombrón la persigue / con una espada caliente, el viento es un hombre, pero uno viril, macho, imponente, pues es un “hombrón” y, como tal, su deseo y virilidad están por encima de cualquier cosa que quiera o desee la mujer; por otro lado, la imagen poética del falo del viento es exquisita: el falo es una espada, objeto punzante, cortante, que abre y raja con su filo y su punta: un sexo violento, que fuerza, un sexo que es un arma para herir cuando penetra: un sexo que viola, pero que además está caliente: metal hirviente, al rojo vivo, que daña no sólo por su violencia, sino por su lujuria.

La voluntad del hombre y su violencia se imponen a la mujer, que es amenazada por un falo que corta, pero que también es sometida y domesticada como un animal: el viento que persigue a Preciosa desea poseerla a gatas, como a sus amantes caprinas, con la espalda arqueada –para que deje escapar como un saxofón un gemido largo y grave–, así como el gitano que toma a la casada infiel a la orilla de un río, la monta como a una potra: Aquella noche corrí / el mejor de los caminos, / montado en potra de nácar / sin bridas y sin estribos. A pesar de que en “La casada infiel” hay consentimiento de ambas partes, algo se rompe, una fibra del cuerpo femenino se quiebra, se mancha con las relaciones sexuales: Sucia de besos y arena / yo me la llevé del río. Y no es la mácula de la infidelidad. Se ensucia de la pasión del gitano, de su amarla con furia, como si la odiara. Hay un olor rancio, un dejo de sangre en los poemas eróticos de Federico García Lorca.

Ofelia de Dante Gabriel Rossetti


El viento de “Preciosa y el aire” es, específicamente, un viento verde: ¡Preciosa, corre, Preciosa, / que te coge el viento verde! Es interesante notar que existe otro viento verde en el Romancero gitano: Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas. Pero mientras que “Preciosa y el aire” es, hasta cierto punto, jocoso, “Romance sonámbulo” es sobrio, solemne. Una mujer, reclinada en un barandal de hierro, de barrotes forjados retorcidos en espiral, descascarada la pintura verde por los rayos del sol y oxidada por la sal de la brisa marina, espera a su amante noche y día, fuera, en el balcón, mirando hacia el mar. La mujer es una sonámbula de agua, se cubren de sal sus pestañas y su cabello negro de gitana hasta que comienzan a tornárseles verdes, de musgo y algas, de humedad y podredura, y sus ojos se vuelven de fría plata. La mujer muere en la baranda sobre el mar y el viento se carga del olor verde de la putrefacción: El largo viento dejaba / en la boca un raro gusto / de hiel, de menta y de albahaca. La mujer de verde carne, pelo verde cae finalmente una noche al mar y se mece con las olas, Un carámbano de luna / la sostiene sobre el agua, una góndola de mar y muerte, una tumba líquida y un viento verde. Verde que te quiero verde.

El viento lascivo de “Preciosa y el aire” no es el mismo viento verde que anuncia la muerte y la corrupción en “Romance sonámbulo”: uno es un viento de podredumbre, de carne en putrefacción; el otro es dionisiaco, báquico, lujurioso.



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