jueves, 23 de octubre de 2014

Los caminos de arena que llevan a Holbox

Los caminos de arena

Holbox es una pequeña isla al norte de Quintana Roo, en la península de Yucatán, de hermosas calles de arena y playas que se extienden frente a un mar jaspeado, teñido con vetas verdes, blancas y azules hasta el horizonte.


 El mar jaspeado de Holbox
 
 
Después de salir en coche de Playa del Carmen y perdernos por tres horas en la carretera con dirección a Mérida, y después de pasar por varios pueblitos de nombres mayas, Estéban, un guionista de cine que conocí en Playa del Carmen, y yo logramos llegar finalmente al pueblo de Chiquilá, donde tomamos el ferry a la isla de Holbox.
 
Acostumbrada a las aguas turquesas y cristalinas de la Riviera Maya, quedé un poco decepcionada cuando contemplé el verde sombrío del mar sobre el que navegábamos, pero en cuanto nos acercamos a la isla y el agua verde comenzó a mezclarse y a difuminarse con el azul profundo del mar abierto, supe que ésta sería una isla diferente, distinta al Mar Caribe y a Cozumel.


El agua verde y el agua azul del mar, divididas por el muelle de Chiquilá

 
Y de pronto se abrió, como una selva que emergía del mar, la isla cubierta de manglares de Holbox.

Una vez en el muelle, hay varios choferes en carritos de golf dispuestos a llevarte hasta tu hotel, pero no es necesario tomar un taxi, pues si tienes buena condición y alma aventurera, puedes llegar a cualquier parte de la isla caminando. De la misma forma, hay varios tours que ofrecen en la isla, como el "Tour de las tres islas", en el que te llevan a visitar Isla Pájaros, Isla Pasión y el cenote Yalhau. Sin embargo, para visitar estos lugares no tienes que pagar por los tours, pues puedes caminar hasta Punta Mosquito para avistar aves exóticas (sigue leyendo para saber más) o hasta Punta Coco, desde donde puedes nadar unos cien metros en el mar hasta llegar a Isla Pasión.
 
Nosotros nos hospedamos en el Hostal Ida y Vuelta, una muy buena opción para los viajeros porque se acomoda a cualquier presupuesto: tiene hamacas con mosquitero para dormir al aire libre, dormitorios compartidos con pisos de arena, en los que se duerme en literas, y cabañas privadas ¡con agua caliente! Desde hacía casi dos meses me bañaba con agua fría, así que disfruté cada gota en la regadera, jaja.
 
Holbox es un lugar mágico por su mar de jade y sus costas de arena blanca salpicadas con conchas y caracoles de mar; los hoteles son pequeños y conservan una arquitectura acogedora y amigable con el medio ambiente, pues imitan las construcciones mayas de madera y techos de palma; las pintorescas tiendas y restaurantes, pintadas con hermosos colores, se yerguen apacibles sobre las calles de arena que recorren toda la isla, más bellas aún porque por ellas sólo se ve a las personas caminar, andar en bicicleta o manejar carritos de golf, porque en la isla no se permite el tránsito de coches. Por esta razón, para llegar a Holbox se debe dejar el coche en un estacionamiento en Chiquilá, gracias a lo que la isla ha podido mantener sus calles de arena sin asfalto.
 
 
Me encantaron los colores de las tiendas,
es como si la isla fuera un San Miguel de Allende tropical
 
 
Estas pintorescas tiendas se mezclan con el arte callejero que se puede encontrar en cualquier pared del centro de la isla gracias a los artistas locales, que desde que adoptaron la isla (como sin quererlo, como muchas de las personas que llegan y se quedan a vivir en Holbox), junto con los lugareños, se han dedicado a cuidarla y a mantener sus playas y sus manglares vírgenes, sus caminos de arena limpios y sus paredes coloridas.
 
 
Arte callejero en un edificio frente al mar
 
 
Esta isla no sólo es única por ser la isla del tiburón ballena (al que no pude ver porque ya había acabado la temporada), sino porque, al recorrerla descalza y a pie o en bicicleta con una cámara en la mochila, la isla te sorprende y te encuentras sin querer, sin buscarlo y sin pedirlo, con bellezas naturales asombrosas, como un cementerio de árboles en la playa...


Un cementerio de árboles en el mar
 

...o con bancos de arena a la mitad del mar, a los que puedes llegar nadando desde la playa y en los que puedes caminar como si caminaras sobre el agua, a la mitad del mar...


Yo en uno de los bancos de arena, a cien metros de la playa;
atrás: el mar
 

...o con un atardecer en la playa...


Me encanta el haz de luz de la foto, justo encima del barquito :)
 

...o con una tarde nublada en el muelle...


Me encantó esta foto, no puedo creer que la tomé yo :O
 

...o caminar hasta Punta Mosquito, uno de los extremos de la isla (no la llamaron así en balde, si visitas Holbox ¡no olvides tu repelente de mosquitos biodegradable! ¡Los mosquitos y los chaquistes te devoran!) y poder observar en su ambiente natural, parados sobre una sola pata, desplegando sus plumas rosas y sus alas negras, a cientos de flamingos en un banco de arena a la mitad del mar.


Un letrero pintado en un restaurante en la isla
 
 
Las aves están donde deben estar,
por eso yo soy un pájaro que salió de la jaula :)
 

Los caminos de luz

Una de las cosas más increíbles que hice en la isla me sucedió de noche.

Había escuchado que en Holbox se podía ver bioluminiscencia durante las noches. La bioluminiscencia ocurre cuando el plancton que flota en la superficie del mar se enciende de un color amarillo fosforescente como si se incendiara el mar.

Después de preguntarle a varios lugareños, a personas que trabajaban en restaurantes y a pescadores, que me dijeron que a ese fenómeno le llamaban "ardentilla" en la isla, perdí los ánimos porque me dijeron que ésta sólo se podía observar en temporada de tiburón ballena (porque este pez se alimenta del plancton que abunda en la isla), pero que ésta ya había terminado.

Sin embargo, no perdí las esperanzas y esa noche Estéban y yo fuimos al mar porque Karen, una chica del hostal, nos había dicho que hacía unas noches había podido ver olas fosforescentes en el mar, pero que nadie sabía cuándo se podía ver la bioluminiscencia: no se sabía si se debía a que hubiera luna, o si dependía de que hubiera llovido un día antes.

Todo esto le agregaba un valor todavía más emocionante para mí, porque ahora no sólo quería ver el mar iluminado de noche, sino que quería ver un fenómeno misterioso, que no era muy común en la isla ni muy conocido por sus propios habitantes. Pero por más que caminamos en la oscuridad, Estéban y yo no pudimos ver nada, y cuando agitábamos las manos sobre el agua, sólo algunas estrellas de luz se desprendían de nuestra piel.

Pero yo estaba decidida a encontrarla. Además, en pocos días sería luna nueva, por lo que cada vez las noches serían más oscuras.


Más arte urbano en Holbox
 

Una vez que Estéban se fue de Holbox porque debía regresar a Playa del Carmen (yo decidí quedarme un par de días más para recorrer la isla), conocí en el hostal a Johny, un chilango que dormía en una de las hamacas en el campamento del hostal y que estaba ahorrando dinero vendiendo artesanías de piel que él mismo confeccionaba para viajar a Guatemala (él me dio mis primeras clases de talabartería y pude aprender a hacerle un hoyo a mi cinturón con un sacabocados (viajar de mochilero es la mejor dieta para bajar de peso) y me prestó una aguja e hilo encerado para coser mi mochila, que después de dos meses de viaje se estaba rompiendo) y a Sarjano, cuyo nombre significa "creatividad" en hindú, que me animó en mi sueño de seguir viajando y escribiendo, y me dijo muchas cosas que en ese momento eran justo lo que necesitaba escuchar (gracias, Sarjano, te mando un abrazo grande). Estos chicos me dijeron que todas las noches se podía ver la bioluminiscencia, sólo era cuestión de ir a una parte de la isla que fuera lo suficientemente oscura.




Así que esa misma noche, a las 9:00, Juan, un argentino que después de trabajar en todos los oficios posibles (era escultor en herrería, hacía tatuajes de henna, había sido agricultor y había trabajado en el mantenimiento de un campamento de ecoturismo en su país) había llegado a Holbox para trabajar en un refugio de animales, y yo nos aventuramos hacia Punta Coco, después del último hotel de la isla.


Fue increíble observar este graffitti en la calle


Cuando llegamos a un punto de casi total oscuridad, comencé a inquietarme porque aún así no podía ver nada sobre el mar. Pero Johny y Sarjano nos habían dicho que debíamos meternos al mar para poder ver la bioluminiscencia, así que, a pesar de los miles de mosquitos que nos asediaban, nos quedamos en traje de baño y nos metimos en la oscuridad del mar.

Pero pronto mi inquietud se convirtió en felicidad infinita cuando, conforme más nos adentrábamos en el mar, nuestros pies comenzaron a iluminarse con un brillo amarillo. Muertos de felicidad, como niños pequeños, Juan y yo corrimos mar adentro y nos maravillamos y reímos porque cualquier lugar que tocábamos se iluminaba. Los movimientos de los peces se veían como líneas de luz bajo el agua e incluso vimos a un pez volador que brincaba sobre el agua como una bola de luz que se alejaba de nosotros. Cuando el agua nos llegaba a los hombros, agitamos las manos y pudimos ver miles de puntos de luz azul que se desprendían de nuestros dedos.


Uno de mis graffittis favoritos <3
 

Ésa ha sido una de las mejores noches de mi vida: nadamos durante horas en completa oscuridad, sin ninguna luz en la playa que iluminara la oscuridad de la noche, y a merced de la oscuridad insondable del mar, pero no teníamos miedo porque nuestros cuerpos irradiaban luz.


 

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