miércoles, 31 de diciembre de 2014

Preludio al viaje

Esto está dedicado a todos los viajeros que abandonan todo,

que lo apuestan todo,
por el viaje.
Pero también para todos los que,
yo sé, se sentirán identificados.


Preludio al viaje (o qué siento antes de irme en un viaje que definitivamente cambiará mi vida por completo) ahora que es el primer día del año y sólo faltan cinco días para que salga mi avión a Playa del Carmen:

Unos días antes de regresar a Cuernavaca, mientras todavía estaba en Playa del Carmen, temía por mi regreso a la ciudad donde viví de forma sedentaria los primeros 23 años de mi vida, porque eso significaba el fin de mi viaje, por lo menos por un tiempo. Temía que mi vida volviera a la normalidad, que todo en lo que me había convertido se desvaneciera una vez que regresara a mi zona de confort, pero sobre todo, temía no viajar.

Sin embargo, una experiencia muy grata (dentro de la desilusionante experiencia de regresar a una ciudad que yo recordaba colorida y amada, cuando encontré un pueblo pequeño, triste y hostil, o por lo menos así me pareció los primeros días) fue la de descubrir que una vez que comienzas, no dejas de viajar.

Desde que llegué a Cuernavaca, comencé a vivir mi vida de una forma diferente. Con mayor seguridad y confianza, con más aplomo y clarividencia. Me sentía exactamente como en la frase de Alexander Supertramp en la película Into the Wild:

I read somewhere how important it is in life not necessarily to be strong, but to feel strong.

Y esto me permitió hacer cosas que antes no me atrevía a hacer. Como salir, fiestear y emborracharme (un poquito nada más, jaja) con mis amigos; ir a Jojutla y llenarme de grasa hasta los antebrazos por estar metida en un taller de mecánica arreglando una bicicleta; comer pan recién salido de un horno artesanal a medianoche en el zócalo de ese pueblito; ir a Santa María a un taller de laudería a ver cómo terminaban mi jarana hecha a mano, y luego asistir diario a mis clases de son jarocho.



Mi jarana y una postal que queda muy bien con el viaje a Argentina


Sé que pueden parecer cosas nimias o pequeñas, y que incluso en este momento yo puedo sonar bastante inocente y hasta ingenua, pero son cosas que me llenan porque son cosas que antes no podía hacer, ya fuera porque tenía un horario de oficina cuando trabajaba en el periódico o porque simplemente yo no me permitía esos pequeños placeres. Pero ahora lo hago y esta entrada es una especie de reconocimiento a mí misma.
En estos días de aparente calma antes de reiniciar el viaje, me dedico a desmantelar y despedirme del departamento en el que viví durante tres años. Esto ha sido de las cosas más difíciles que he tenido que hacer.

Pero algo muy malo, o por lo menos muy triste (vaciar mi departamento y pasar mi última noche en él), de pronto se convirtió en algo que me llenó de felicidad.

Enfrentarme a quitar el departamento en el que viví mis primeros años de independencia y de mi vida adulta era una de las cosas que más temía hacer durante los preparativos del viaje y, lo sabía, una de las cosas que más me dolería, pues aunque es difícil despedirse de las personas que quieres, este departamento, mi Stendhal (porque todo él era rojo y negro), tenía un enorme valor emocional para mí.

Mi última noche en el departamento la pasé casi de la misma forma en que la pasé la primera vez que dormí en él, cuando tenía 20 años: sin muebles, con el colchón en el suelo, con mis libros desordenados a su alrededor, y mi computadora.

Esa última noche la mudanza pasó unas horas antes llevándose todo lo que poco a poco había conseguido, con mi dinero y a lo largo de esos tres años, para habitar y decorar mi departamento: las mesas, la lavadora (¡qué felicidad no tener que lavar a mano!), mi ropa, mi valise azul (una maleta vintage) con mis recuerdos más preciados (algo que me hizo muy feliz es que, cuando llené esa maleta, me di cuenta de que las cosas que más atesoraba y que más temo que se pierdan son todas baratijas y cosas que no tienen un valor económico, sino sentimental para mí: cartas, adornos que he comprado en mis viajes, la pluma fuente que me regaló mi abuelo, cuadernos en los que he escrito las notas de mis cuentos y novelas, los zapatos que usé cuando era bebé y que quiero que un día use mi hija. Y es probablemente la única maleta por la que regrese a Cuernavaca, la ciudad que me vio nacer y crecer durante 23 años, antes de… ¿volver a viajar? ¿Regresar a la ciudad que habré escogido para vivir (¿por unos años, para el resto de mis años?)?).


Un cielo de fuego desde la ventana de mi departamento

Me quedaba sola en un departamento vacío, sin internet con el que distraerme de la tristeza que me rompía por dentro, con un vacío que sentía dentro de mí y no a mi alrededor.

Escribí:

Vaciar y dejar mi departamento (mi primer departamento, el lugar en el que gané mi independencia, el primer lugar que pude llamar completamente mío, la guarida que siempre soñé (sí, porque era todo lo que yo quería: un pequeño departamento en el centro de una ciudad, justo encima de una cafetería bohemia (todo suena tan cliché, ¿verdad?, jaja, me encanta), con una ventana desde la que se podía ver las ventanas de un hotel decadente, la azotea de un cine, un árbol de flores naranjas, la Catedral de Cuernavaca encendida de noche; un departamento al que venían mis amigos escritores para nuestras noches de taller literario, en las que comentábamos y criticábamos las novelas, poemas y cuentos que escribíamos), el hogar en el que viví tres años, cuya renta pagué con mi dinero y poco a poco amueblé) ha sido, definitivamente, una de las cosas que más me han dolido. 
Reto de viaje #1 (o, más bien, de pre-viaje): Quedarte sin casa, sin un lugar al que regresar, sin la privacidad y la seguridad que brinda un espacio propio, sin pertenencias más que las que caben en una mochila. Volverte verdaderamente nómada.

Sin embargo, mi tristeza poco a poco se fue transformando: decidí que mi última noche la viviría como siempre me hubiera gustado vivir en mi departamento: coloqué algunos puffs (los únicos muebles con los que había llegado tres años atrás y que servían de cama, sofá y silla), unos cuantos huacales en el suelo y encima mi laptop, un té de menta bien caliente, pan dulce y unos cigarros y, como hace mucho tiempo que no hacía (en la época en la que no existía Spotify, Grooveshark ni la radio por internet), puse un CD en una grabadora y escuché a Genius Kong, una banda de rock de Playa del Carmen de la que automáticamente me volví fan cuando los oí la primera vez (los invito a conocerlos en su página de Facebook). Y, oh, Dios, felicidad instantánea: me di cuenta de que no necesitaba nada más que escribir tomando un té caliente, comiendo pan dulce y escuchando buena música mientras fumaba un cigarro.


Es increíble que estas poquitas cosas me hicieran tan feliz


Algo que amo desde que viajo (porque sí, ahora sé que el viaje no se termina cuando regresas a tu lugar de origen, sino que una vez que comienzas, no dejas de viajar por dentro) es lo sorprendente, espontánea e impredecible que se ha convertido mi vida. Minutos después de escribir ese deprimente post en Facebook, recibía un mensaje interesante e intrigante por igual, de una persona que no conocía.

Y a continuación la transcribo porque me parece una joya que debe ser compartida y leída, y también lo hago como un regalo, una pequeña ventana abierta para se asomen en mi mundo privado y en mi correspondencia:

¿En verdad te quedaste sólo con lo que cabe en una maleta?

[Es decir, ¿lo demás fue regalado, vendido, desechado (compactado hasta quedar del tamaño de seis dados de cubilete)? ¿Fue dejado en custodia? ¿Fue dejado en un parque, una plaza o una avenida? (imagino un montón cubierto con una de las cortinas, y encima un letrero de "bomba" o "trampa para abejas africanas"; no sé si habría creído lo de bomba, pero de niño sí me habría puesto nervioso lo de las abejas...)] 
Es decir, hola: 
No nos conocemos sino por un breve intercambio de mensajes (sigo sin comprar tu libro, pero eventualmente lo haré). Sin embargo, por la cualidad metafísica del facebook, me son familiares tus actualizaciones (lo sé: algo hay de torcido y bello en eso). Y ahora que vi la que habla sobre la casa vacía (¿a poco no suena a un cuento de algún ruso radicado en Francia?), me vino la idea de que me parece poco asimilable la idea del viaje unidireccional que me parece que estás haciendo. Es decir, entiendo el concepto, puedo imaginar suficientes motivaciones, encuentro la idea por completo fascinante como para que no choque con mis nociones del universo (al contrario, lo siento como parte del ámbito cambiante de la "poesía de adn", que hace que las cosas tengan tal o cual sabor), pero, aun así, me cuesta concebirlo. 
Pienso en las cuestiones... ¿prácticas?, como la de qué pasó con lo que no cupo en la maleta. Quizá porque de momento estoy poco cerca de un viaje como el tuyo, pero me intriga como lo hace... no sé... un dodecaedro. Por ejemplo, ¿en serio estás viajando en una sola dirección? ¿Vas hacia un frontera? ¿Cómo es? (¿Qué se ve a tu izquierda?)
Con esto, me vienen dos cosas a la mente: 1) que Siddharta aprendió a ser el arco y la flecha cuando abandonó la casa de sus padres para unirse a los ascetas, y creo que viajar como sospecho que haces debe parecerse a eso un poco; 2) una vez conocí a un mexicano llamado Jesús que llevaba viajando seis meses por Europa y quería hacerlo por cerca de dos años, y sé que cuando lo vi estaba por irse dos semanas a una montaña en Sofía con la familia de su novia búlgara, con la que llevaba dos semanas saliendo, y que dos meses después estaba viviendo en Budapest, sin novia, sin familia de la novia y sin montaña ni Sofía, y creo que también hay algo de ascetismo moderno en eso (y un mucho de risa). 
Es decir (por tercera vez), ¿qué sientes donde estás?, si no es invasiva la pregunta. No te pregunto por morbo. Sólo siento deseos de preguntarte eso. Y de saludarte. Disculpa si interrumpo tu rato sombrío.

Hola.

Viajo para encontrarme con cosas como éstas. Viajo para conocer personas, pero sobre todo para escucharlas, para oír todo lo que me quieren decir, para conocer sus historias y todo lo que deseen compartir conmigo. Viajo para escribir. Viajo para que me escriban. Viajo para leer y, sobre todo, para leer cartas como ésta. Viajo para responder a estas cartas.

Y ésta fue mi respuesta:

Eduardo: 
Hay tantos Eduardos en mi vida. Sí, me di cuenta cuando buscaba tu nombre en Facebook. Y todos son artistas. Está, por ejemplo, Eduardo Casillas, el artista visual que ilustró mi plaquette con sus inquietantes grabados; Eduardo Velarde, guitarrista de rock y de jazz que estudió conmigo en la universidad, aunque yo tenía 20 años y él, 35; Eduardo Chagoya, escritor, alumno mío en el taller de cuento que di por casi un año en Cuernavaca y, sí, en mi departamento, el departamento que hoy abandono; y ahora tú, Eduardo Zurita, dueño de las letras. 
Me quedé sólo con lo que cabe en una mochila.

Todo lo demás fue regalado, vendido, donado. Le pedí a Amaury, uno de mis mejores amigos y uno de los escritores que, en mi opinión, es uno de los grandes de nuestra generación, que guardara todos mis libros, aunque en el fondo los dos sabíamos que eso era más un regalo que un préstamo, pues sé que cuando regrese (si es que regreso, cuando regrese), muchos de ellos habrán desaparecido, no se les podrá encontrar por ninguna parte, los habrá robado de verdad, escondidos en su cuarto, debajo de su almohada, dentro de uno de esos portafolios que le gusta buscar y coleccionar, donde yo no pueda verlos y reclamarlos; otros estarán mutilados, deshojados, amarillos, perdidos en sus propias páginas. Y duele. Los dos sabíamos, sin decirlo, que nunca más serían míos, o por lo menos sólo lo serían unos cuantos. Pero aún sabiendo esto preferí dárselos a él, una de las personas que sabía que, aunque los descuidaría, podría apreciarlos y disfrutarlos como nadie más que yo podría hacerlo. 

Los únicos libros con los que me quedé... y que me llevaré de viaje

Vendí lo que no me dolía, lo que me era ajeno, lo que sólo tenía un uso práctico: el refrigerador, el microondas. Y doné ropa, libros, cosas que sabía que podrían serle de ayuda a alguien. Traté de devolver algo de lo mucho que ya me han dado desde que empecé a viajar.

Pero aún quedan cosas. Me gustan los objetos, no por su valor económico, sino por ellos mismos. ¿Qué hago con los cadáveres de flores dentro de vasos de vidrio?, ¿con las fotografías de cráneos y sillas de ruedas que colgaban en mis paredes?, ¿con los 16 cuadernos que he guardado durante toda mi vida, llenos de todo lo que he escrito desde que comencé a escribir?, ¿con los Ojos de Dios que tejí?

Mi Ojo de Dios

Pero ahora pienso que debería seguir tu consejo o, más bien, que debería responder a la pregunta que me hiciste: ¿mis cosas fueron atadas y envueltas, para luego ser abandonadas para otro viajero, para otro curioso?

No. 
Pero ahora pienso dejar varios paquetes al lado de una fuente, sobre una banca en el zócalo, en un asiento vacío en la ruta. Con libros, con una cuchara y un tenedor, y tal vez algo para desconcertar: ¿un gancho de plástico para ropa?, ¿una garza de origami? Y con una nota:

Para ti, viajero. 
¿Qué pasa con las cosas que no caben en la mochila? Es tan difícil. Hoy están dispuestas en mi cama todas las cosas que llevaré en el viaje, ocupando el espacio que debería estar usando en este momento para descansar (es medianoche, pero desde que viajo no duermo: tengo tantas ganas de estar viva). Algunas cosas son ridículas, innecesarias, pesadas. La Ana viajera me dice que estoy exagerando, que podría viajar perfectamente sin la mitad de ellas; pero la Ana coleccionista no puede desprenderse de los objetos, sobre todo, de la idea romántica que ha concebido alrededor de ellos: como cuadernos que no voy a llenar; sobres para escribir cartas y mandarlas desde cada país al que viaje (envíame tu dirección y así una llegará a tu casa, un día); más libros de los que puedo cargar y que tendré que abandonar, de nuevo, o mejor dicho, liberar para que se vuelvan viajeros también; palos de madera, madejas de estambre y los Ojos de Dios que tejo para vender en las calles y tener un poco de dinero para poder comer ese día… La mayoría, cosas que podría conseguir durante el viaje en lugar de cargarlas desde el principio, pero me gustan los objetos por lo que son, ¿recuerdas? Me gusta su peso, su gravedad. Su conjunto: la idea de que una jarana, una cámara fotográfica y un cuaderno compartan el mismo espacio, dentro de una mochila. 

Todas las cosas que debían caber en una mochila... 

No viajo en una sola dirección. Soy, como dices, un dodecaedro. Viajo hacia adelante, dando pasos hacia atrás, perdiéndome y dando vueltas en círculo, viajo hacia adentro; busco doce dimensiones para viajar por cada una de ellas al mismo tiempo; viajo en el espacio, pero también en el tiempo (¿quién soy, quién fui, quién seré?), viajo en busca de otros caminos; viajo caóticamente, sin eficiencia en el camino ni en el destino, pero sí en experiencia; viajo dentro de mí. 
Viajo, si tuviera que trazar una ruta, hacia Playa del Carmen, para luego continuar en bicicleta hasta Argentina. Una peregrinación literaria por los países de García Márquez, de Cortázar. Pero el camino cambia todo el tiempo: ¿iremos primero a Cuba, en un barco pesquero donde nos ganaremos nuestro traslado y nuestra comida como aprendices de marineros?, ¿o la primera frontera será Belice, después de dejar atrás Tulum, Mahahual, Chetumal?

Hay una frontera y a mi izquierda se ve el mar. 
¿Qué siento donde estoy? 
Últimamente, cuando me embarga la tristeza, trato de recordarme que no debo estar triste porque mi tiempo viviendo en este departamento se terminó, sino que debo estar agradecida por el tiempo que viví ahí. Y lo estoy. Y sonrío :) 
Tal vez siempre he tenido prisas por vivir: por independizarme e irme a vivir a mi propio departamento a los 20 años; por trabajar y estudiar al mismo tiempo para pagar mis estudios; por emprender un viaje que mis padres llaman peligroso, incluso suicida (y tal vez tienen razón en eso) a los 24 años. Pero algo me dice que estoy en el camino correcto. Y voy a recorrer ese camino :)

Y al final todas mis pertenencias se redujeron a esto



1 comentario:

  1. Viajera en la imaginación ahora también en el mundo físico. No me queda más que desearte un excelente viaje, maestra ;)

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